Dan Ariely es Profesor James B. Duke de Economía del Comportamiento en la Universidad de Duke, además de profesor visitante en el Media Laboratory de MIy expreso lo siguiente:
Qué pensaría usted si alguien le dijese: Haga lo correcto, porque su vida puede depender de ello. O mejor dicho, que sería mejor que empezase a tomar mejores decisiones porque se trata de una cuestión de vida o muerte. Esto puede sonar más como lo que le diría un padre sobreprotector a su hijo, aunque en realidad es la forma en la que la mayoría de nosotros debería empezar a pensar en relación a las decisiones del día a día y su potencial para conducirnos hacia hábitos nocivos y consecuencias mortales. Es difícil creer que esto sea cierto, aunque recientemente un grupo de investigadores ha realizado un interesante análisis sobre el tema y los resultados apoyan la idea de que las decisiones personales, y aquellas que a menudo resultan bastante mundanas, son la principal causa de muerte prematura en los Estados Unidos (y sospecho que una cifra similar también se da en el resto del mundo desarrollado).
Uno de los análisis más interesantes sobre los modos en que nuestras decisiones nos matan es el realizado por Ralph Keeney (Operation Research, 2008), en el que Ralph sostiene que un 44, 5% de todas las muertes prematuras en los EE.UU. son el resultado de decisiones personales--decisiones que, entre otras cuestiones, estaban relacionadas con fumar, no hacer ejercicio, la delincuencia, el consumo de drogas y alcohol, así como los comportamientos sexuales de riesgo. En su análisis Ralph define cuidadosamente la naturaleza tanto del tipo de decisión personal como de lo que se considera como muerte prematura. Por ejemplo, morir prematuramente en un accidente automovilístico causado por un conductor ebrio no se considera como prematuro dentro de este marco puesto que la decisión de conducir a algún lugar no es algo que lógicamente pueda conectarse a la muerte prematura. A menos, por supuesto, que la persona que muera sea también el conductor ebrio, en cuyo caso sí se cuenta como muerte prematura causada por malas decisiones personales. Esto se debe a que la decisión de conducir ebrio, y morir como resultado de ello, son conceptos claramente relacionados. De esta manera se puede examinar un gran conjunto de casos con varias rutas de decisión disponibles (el conductor ebrio también tiene la opción de tomar un taxi, viajar con un conductor designado, o llamar a un amigo), así como casos en los que estas rutas de decisión no son elegidas a pesar de que no incidan directamente en el mismo resultado negativo (es decir, la muerte). Como muestra de ejemplos distintos, tengamos en cuenta las decisiones de fumar (cuando no fumar es una opción), de comer en exceso (cuando vigilar nuestro peso es una opción), o para aquellas personas con enfermedades a largo plazo, dejar de tomar insulina o medicación para el asma cuando estos fármacos son importantes para mantener la salud.
Usando el mismo método para examinar las causas de muerte en 1900, Keeney considera que durante este tiempo sólo un 10% de las muertes prematuras se debieron a decisiones personales. En comparación con nuestro 44, 5% de muertes prematuras actual, causadas por decisiones personales, parece que en relación a ese factor de medición de toma de decisiones que nos acaban matando hemos "mejorado" (por supuesto, esto significa que en realidad hemos empeorado y mucho) drásticamente a lo largo de los años. Y no, esto no se debe a que nos hayamos transformado en una nación de consumo masivo de alcohol y de fumadores asesinos, sino que en gran parte las causas de muerte como la tuberculosis y la neumonía (las causas más comunes de muerte en el siglo XX) son mucho más raras en nuestros días, y la tentación y nuestra capacidad de tomar decisiones erróneas (pensemos en los mensajes de texto mientras conducimos) se han incrementado dramáticamente.
Lo que quiere decir este análisis es que en vez de depender de factores externos para mantenernos vivos y saludables durante más tiempo, podemos (y debemos) aprender a confiar en nuestras capacidades para tomar decisiones con el fin de reducir el número de errores tontos y costosos que cometemos.
La cuestión, entonces, reside en cómo ayudar a la gente a que tome mejores decisiones. O por lo menos mejores decisiones en lo referente a su salud. Si casi la mitad de las muertes prematuras en los EE.UU. se pudieran evitar tomando mejores decisiones, para mí está claro que valdría la pena gastar mucho más tiempo y esfuerzo en difundir los conocimientos que hemos adquirido en cuanto a ciencias sociales sobre las principales formas en que las personas acaban no tomando buenas decisiones. Por supuesto, es demasiado optimista esperar que sólo con mostrar a la gente qué errores pueden cometer se vaya a solucionar el problema, aunque personalmente yo sería feliz incluso si se redujese mínimamente el número de decisiones catastróficas. El siguiente paso que debemos tomar consiste en ampliar la investigación encargada de examinar qué tipo de métodos fomentan una toma de decisiones más sana, y llevar a cabo mucha más investigación en áreas que podrían ayudarnos a limitar nuestros errores. Por ejemplo, basándonos en investigaciones acerca de cómo las personas toman distintas decisiones cuando se excitan sexualmente, podríamos concentrarnos en proporcionar una educación sexual integral y que enseñase a los adolescentes a tomar decisiones, mientras se encuentran inmersos en el calor del momento. De forma similar, mediante la comprensión de cómo la gente cree que podríamos enseñar a las personas a disfrutar de la ingesta de frutas y verduras; cómo hacer ejercicio como parte de su estilo de vida actual; y desarrollar programas eficaces para dejar de fumar. Y también ayudaría recordar, a la luz de esto, que todas las decisiones cuentan.
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